miércoles, 19 de agosto de 2009

A PROPÓSITO DE CROMAÑÓN

La justicia falló en el caso Cromañón. No me voy a referir al aspecto jurídico; eso es tema de letrados.

Me voy a ocupar de lo que nos pasa como sociedad. ¿Cuál es el motivo para que los jóvenes se saquen y actúen desaforadamente ante un recital de rock en una circunstancia donde van, o por lo menos deberían, a pasar un momento de esparcimiento? Esas actitudes desmedidas, esa excitación descontrolada, potenciada por el alcohol y las drogas llevan a situaciones lamentables como la que nos ocupa.

Este caso es paradigmático de una serie hechos y actitudes que muestran la degradación social en la que estamos inmersos.

Por un lado ese descontrol juvenil porque no se ha sabido o no se ha podido educar, no se ha sabido poner límites a una generación que actúa en forma masificada ante estímulos externos.

Lo lamentable es lo insano de esos estímulos externos que responden a un desmedido afán de lucro tanto de parte de los industriales de la música como de los dueños de los boliches. En el medio el Estado ausente como en tantas otras circunstancias.

Se sumaron una cadena de desaciertos. Hoy la arquitectura de los templos de la música, más allá de necesidades acústicas (que creo que no son tenidas en cuenta) es una trampa en sí misma. Son construcciones encapsuladas, herméticas, en penumbra, donde para ventilarlas es necesario instalar sistemas de circulación forzada de aire. El nivel acústico es ensordecedor y con el histérico juego lumínico al que se suma el humo no controlado de los cigarrillos, el consumo de alcohol, estimulantes y drogas produce un efecto excitante que embota los sentidos. Paralelamente hay sensaciones olfativas (tabaco, marihuana, perfumes) que casi nadie ha tenido en cuenta o ha pensado en estudiar sus efectos.

Digo casi nadie porque toda ese desbordado éxtasis acústico y visual (lumínico) está perfectamente estudiado por los marketineros de las discos. Ese ambiente embriagante actúa sobre la corteza cerebral disminuyendo la capacidad normal de discernimiento y acelerando y potenciando el consumo de bebidas y todo tipo de estimulantes generando un espiralado círculo vicioso. Resulta obvio: ese consumo no es gratuito, son pesos que ingresan a la barra. Ese es el perverso circuito de la degradación.

Ahora bien retomo los interrogantes. ¿los arquitectos y constructores no saben de ética o algo más pedestre: no tienen hijos? Evidentemente el lucro lo puede todo.
¿Y el Estado qué hace? NADA; lo sabemos bien: no existe y se existe está inmerso en la corrupción; desde normas obsoletas que nadie controla hasta las asquerosas coimas.

Finalmente el más descarnado aspecto ¿por qué los jóvenes concurren a estos desbordados sitios? ¿Cuál es la motivación que los lleva a sumergirse en esos estridentes ámbitos donde el ambiente descrito lleva a que no haya comunicación con los pares? La ideología capitalista, neoliberal en esta época, se ha fortalecido tanto que se ha concentrado en unas pocas manos y siguen reduciendose las posibilidades de acceso y participación.

La ideología hoy imperante es tan limitadora de los más mínimos movimientos, de los más mínimos actos del ser humano, es tan controladora que arrastra a esa perversa necesidad de liberarse, de soltarse, de escapar, de huir de la rigidez de un sistema que cercena los aspectos más íntimos de la vida toda desde qué hay que aprender, qué hay que ver, escuchar o leer, cómo hay que vestirse, qué hay que comer hasta cómo hay que divertirse. Todo está establecido; todo esta reglado para el lucro desmedido de unos pocos en detrimento de los más.

A los jóvenes mediante esas salidas autodestructivas se les ofrece por un corto tiempo una falsa sensación de libertad, placer y goce pleno.

Se ha descuidado al ser humano en lo más hermoso que tiene: su descendencia.

¿Cómo retomar el cauce perdido? Brindando seguridades que garanticen una vida digna con reales posibilidades de trabajo, de vivienda, de salud, de educación, de sano esparcimiento para todos sin exclusiones apoyado en políticas claras y precisas que valoren al ser humano como un fin en si mismo y no como un número que consume.

Aunque se caiga en un lugar común es necesario reiterarlo: con un proyecto de NACIÓN que valore su bien más preciado: el HOMBRE donde ese hombre se expresa a través de su condición de trabajador como lo enunciara PERÓN en sus enseñanzas en la magistral obra MODELO ARGENTINO PARA EL PROYECTO NACIONAL.